martes, 6 de diciembre de 2011

Recuerdos de la caída de la Alianza hace diez años
Por Mempo Giardinelli


Al empezar diciembre de 2001 –hace exactamente diez años– muchos analistas políticos sugerían que el único futuro era el abismo. El gobierno del presidente De la Rúa –que había llegado a tener una imagen positiva de hasta el 70 por ciento– había dilapidado en sólo dos años un enorme capital político. La incapacidad y las ambigüedades de este hombre irremediablemente gris definieron una rápida y peligrosa falta de liderazgo, contrastante con la decisión y osadía de su antecesor, a quien se le podían reprochar todas las decisiones que tomaba y sus innumerables defectos, menos, precisamente, el de la indecisión.
La catástrofe no era imprevisible. Era un desastre anunciado porque había múltiples evidencias de lo que se venía. Pero el cinismo negador de la casi totalidad de la dirigencia argentina de la época se sumaba a la creciente penuria económica de la sociedad, y así, de manera inesperada y original, algo se cocinaba con velocidad en las sombras.
Nunca se sabrá cuánto hubo de organización en los saqueos posteriores, en los días previos a la Navidad, pero cuando se produjeron los primeros cacerolazos en el Gran Buenos Aires y en algunas ciudades del interior, y Fernando de la Rúa no tuvo mejor idea que decretar el estado de sitio, el aluvión popular se lo llevó por delante.
En una contratapa que escribí en este diario por esos días, titulada “Padres saqueadores y algunas preguntas”, decía: “La situación no da para más y asistimos a un nuevo desastre político: Fernando de la Rúa firma el estado de sitio y se resiste a renunciar, apenas apuntalado por hijos y amigos y uno que otro funcionario. El radicalismo, el peronismo y el frepasismo han conducido al país a este abismo que reinaugura violencias. Entre todos saquearon al país. Se menemizaron y a coro lo fundieron. Y ahora no saben qué hacer cuando los que fueron saqueados empiezan a saquear las sobras”.
Domingo Felipe Cavallo era uno de los principales responsables del desastre, porque con su política económica terrorista había preparado el terreno. Y De la Rúa, su jefe y a la vez su rehén, era el otro. Las dirigencias en general, y no sólo “los políticos”, eran también responsables del caos porque pudiendo frenar no frenaron y porque antepusieron siempre sus intereses sectoriales por sobre los de la nación. Los dirigentes sindicales eran caricaturas vergonzosas de la historia del movimiento obrero y conspicuos menemistas, que durante diez años habían depredado y corrompido, era público que recorrían cuarteles azuzando una posible intervención militar de emergencia.
Parecía que a los golpistas, que estaban vivos y actuantes, sólo les faltaba apoderarse del Banco Nación, sepultar la educación pública y completar la revancha reivindicando a los militares asesinos. Para ello contaban también con una Corte Suprema y un Senado Automáticos, que parecían preparar el terreno modificando de hecho el orden de la sucesión presidencial.
El llamado Déficit Cero no cerraba ni a palos –literalmente– y el caos social y económico prefiguraba una salida como la de Alfonsín en 1989.
La situación era gravísima y las opciones políticas y económicas, que sí las había, no parecían en capacidad de imponerse. El Frenapo, la CTA, el Plan Fénix y muchas organizaciones sociales y políticas de la Argentina proponían alternativas superadoras. Pero la ceguera del gobierno y de la oposición partidaria parecían absolutas.
La noche del 19 de diciembre Héctor Timerman me invitó a su programa de cable, en el que hablamos de lo que estaba pasando, y cuando salimos a Callao y Corrientes, después de las diez de la noche, nos encontramos con una marea humana que marchaba hacia la Plaza de Mayo. Era una masa amorfa, desorganizada, o al menos sin conducción, pero que sabía lo que quería: rechazar activamente el estado de sitio que De la Rúa había decretado. Era un desafío popular abierto. Un viento, como diría Mario Benedetti, capaz de despeinar a la Historia.
El impresionante cacerolazo de ese miércoles anterior a la Navidad, iniciado en la medianoche y desafiando el estado de sitio instaurado horas antes, se integró con personas que se representaban a sí mismas, que ejercían la democracia directa más directa que alguien se pudiera imaginar. Largamente humilladas, hartas de la traición contumaz de sus representantes, ganaron las calles de las ciudades argentinas como antes lo hicieron otras generaciones. Así como el 17 de octubre de 1945 nació el peronismo de una manifestación del pobrerío marginal y la clase obrera, y en la Semana Santa de 1987 otra manifestación masiva y pluriclasista frenó el golpe de los militares “carapintadas”, así el 19 de diciembre de 2001 quedará en la historia, me parece, como el 17 de octubre de las clases medias urbanas que se resistían a morir.
Aunque algunos la esperábamos, nadie sabía cómo ni cuándo iba a ser esa pueblada. Y eso fue lo mejor: que surgió espontáneamente y por la única gran razón del hartazgo. Por fin la sociedad abandonó la queja y el lamento y se puso en marcha.
Lo importante era que a De la Rúa no lo echaban los acreedores externos ni los ataques desestabilizadores de sus adversarios. Lo expulsaba una mayoría hasta entonces silenciosa que dejaba de hacer silencio y batía las cacerolas no sólo para sacarlos a él y a Cavallo sino para protestar también contra Carlos Menem y la caterva de resucitados que buscaban encaramarse en el poder.

domingo, 27 de marzo de 2011

Anniversary

His life was, in some ways, willfully ordinary: even on the day of Virginia’s disappearance, he “entered in his diary the cumulative mileage of his car, plus the mileage for that day,” and on the afternoon of her cremation, he went to have his hair cut. And yet, as Glendinning notes, the page of his diary on March 28, 1941, “is obscured by a brownish-yellow stain which has been rubbed or wiped. It could be tea or coffee or tears. The smudge is unique in all his years of neat diary-keeping.” In recording these small traces, Victoria Glendinning has given us the measure — noble, engaged and quietly passionate — of the man.

From Victoria to Leonard: 
"I feel certain I am going mad again. I feel we can't go through another of those terrible times. And I shan't recover this time. I begin to hear voices, and I can't concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don't think two people could have been happier till this terrible disease came. I can't fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can't even write properly. I can't read. What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. You have been entirely patient with me and incredibly good. I want to say that everybody knows it. If anybody could have saved me it would have been you. Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can't go on spoiling your life any longer. I don't think two people could have been happier than we have been."

Foto, acá.

lunes, 7 de marzo de 2011

Continuidad



Wikipedia:".. una función continua es aquella para la cual, intuitivamente, para puntos cercanos del dominio se producen pequeñas variaciones en los valores de la función. 
Una función f es continua en un punto Xo en el dominio de la función

si:
 
   \forall \varepsilon > 0 \quad
   \exists \delta> 0 \;
  tal que para toda x en el dominio de la función:
 0<|x-x_0|<\delta \Rightarrow |f(x)-f(x_0)|<\varepsilon"



Ja. Chupate esa mandarina.
En cristiano: "Generalmente una función continua es aquella cuya gráfica puede dibujarse sin levantar el lápiz del papel."


Cual seria el epsilon de nuestras vidas?
Que aspectos de nuestra vida cotidiana podria dibujarse sin levantar el lápiz del papel?


domingo, 6 de marzo de 2011

Entropia

En cualquiera de los ciclos termodinámicos que se aprenden en el cole, el instituto o la Uni, las cosas son cerradas, precisas, inviolables. Si el señor Carnot dice que al llevar el sistema del estado A al B, luego al C y finalmente al D la cosa gana o pierde esta o aquella cantidad de energia libre, mas vale tomar nota porque debe ser así nomás (recuerdos a don U., quien debido a su digital sublimación ya no anda mas 'as is' por aquí).
Decía, esos ciclos son cojonudos y dan toda la sensación de bienestar porque al final del ciclo nuestro sistema habrá recuperado el valor de sus funciones de estado, o, al menos, podremos saber con certeza cuánto ha ganado o perdido de cada una de estas funciones.
Incluso no importa el camino que haya seguido para finalmente volver al estado original. La regla es: dime de donde has salido y donde estás ahora, y te diré lo que valen tus importantísimas y vitales funciones de estado.
El rendimiento es una cantidad tan definida que abruma.

En los ciclos vitales la cosa es bastante diferente: no ya sólo por el hecho de que nunca se vuelve al primer sitio porque ese sitio como tal no existe más, sino (y aquí reside la irreversibilidad) porque jamás se volverá a ser ése que inició el ciclo.
La cosa empeora cuando se pasa por los diferentes estados intermedios B, C y D. Más lugares que añorar, más amigos que perder, más tiempo en la piel. Mas sitios que se desea fundir para construir El Propio Lugar.

Es imposible no ya calcular, sino meramente estimar la Energía necesaria para cerrar uno de estos ciclos, y por lo tanto es imposible saber si se cuenta con dicha energía para llevar a cabo el proceso. Pero lo que verdaderamente impide a gente de bien completar los ciclos es el desorbitante aumento de la entropia que se genera en el entorno cercano. Es tal el quilombo que suele percibirse como una enorme barrera de potencial (conceptualmente erróneo pero ajustado desde la propia percepción) que se hace necesario escalar. Por eso muchos esperan, transitando entre microestados adyacentes, la fluctuación que les permita justificar tamaña transformación.

Pero siempre, siempre, saben que la disminución en la entropía del sistema implica un (mayor) aumento en la entropía del entorno.

domingo, 27 de febrero de 2011

Sigue pasando.


Febrero de 2011.


Paloma Bravo
(fuente: blog 'La novia de Papá')

Ese hombre casado (o esa mujer, que no me voy a poner a discriminar por sexo y tengo que contar una historia, así que, por favor, entended todo en genérico). Ese hombre casado, digo, que no te cuenta grandes dramas porque respeta a su mujer y no habla mal de ella, pero...
Pero que sí, que se siente y se muestra disponible. O lo parece.
Y al otro lado, una mujer que suele tener mucho contacto con él (trabajo, amigos comunes, lo que sea). Una mujer que tiene su propia vida.
Una relación que evoluciona.
Sólo hay una vida y en unas semanas ya se han querido, ya se han tocado, ya se han echado de menos, ya se han necesitado, ya se han hecho daño.
Sólo han pasado un par de meses y ella sabe que tiene por delante un día de añoranza y de fantasmas, pero lleno de mensajes. En eso él no se corta. Los enmarca, claro, con dos llamadas: a las 9 de la mañana, a las 9 de la noche. No es que sea germánico, no. Son sus horarios de coche, de soledad, de ausencia de testigos: de garaje a garaje.
"Te dejo, mi amor, que entro en el despacho".
"Te dejo, mi vida, que llego a casa".
Cada día es toda una vida: conquista a las 9, enamoramiento en horario laboral, abandono por la noche.
Cada día es demasiado.
Pasan unos meses más.
Ella no pide nada, él tampoco da.
Desgaste, dolor, sexo.
Un poquito más.
Ella se nota despegándose.
Algunos días no coge el móvil por la mañana. Otros no contesta los mensajes. Y ya casi nunca contesta por la noche. Tiene otros planes que no son nada especial: sólo no pensar en él.
Pasa la vida.
Pasan las vidas.
Siguen pasando.